-Ah, carajo- dirá el lector. -Linda la vida de este zoquete-
(abro un paréntesis para ilustrar al público: zoquete no ha sido lo que yo creía y me arriesgo a apostar que nadie ha pensado en la verdadera definición. Pues ahí les va:
1. m. Pedazo de madera corto y grueso, que queda sobrante al labrar o utilizar un madero.
2. m. Pedazo de pan grueso e irregular.
3. m. coloq. Persona fea y de mala traza, especialmente si es rechoncha.
4. m. coloq. Persona tarda en comprender. U. t. c. adj.
5. m. Par. Pedazo grande de carne vacuna
Me niego a entrar en la primera, segunda y tercera definición. No soy madera, ni pan ni rechoncho... La cuarta la juzgará el público, pero me siento mejor con la quinta. Soy un pedazo de carne vacuna. )
Este no es mi mejor lado
En fin, este trozo de carne tiene un extraño mal que lo aqueja. O bueno, decir "aqueja" tal vez es exagerar porque la verdad es que ni me doy cuenta en medio de las peores crisis. Dormir
siempre ha sido uno de mis mayores placeres, pero no de mis mejores
habilidades. No puedo decir que tengo
insomnio, pero me cuesta quedarme dormido y tengo el sueño muy ligero.
De ahí que,
de vez en cuando, me ataque una serie de malas noches en las que no descanso
mucho. Y aunque intento reponer mis preciadas horas de sueño en el trabajo, la
gente de la oficina no parece respetar mis intentos de descansar. El hecho es que, pasada la tercera o cuarta mala noche, mis horas de sueño se convierten en una serie de actividades sonambulísticas con alguna gracia.
Me he despertado bajando las gradas, o "leyendo" un libro que ni siquiera tengo en mis manos o a medio vestir, con zapatos y sin pantalón. Ahora sí, ustedes respirarán aliviados y dirán: "por suerte no le ha pasado nada muy vergonzoso o peligroso" pero ahí es donde se equivocan.
No hace mucho, me encontraba en la casa de mi novia (cuyo nombre ficticio será Andrea G. por razones de privacidad) y me disponía a dormir. Había sido una semana con poco descanso y estaba acabado. De pronto, en medio de la noche me despierto con la siguiente pregunta de Andrea: "¿de qué hablabas con el gato"?
Al parecer dormido soy aún menos divertido
Luego de conversar lo que quedaba por la noche pudimos reconstruir la siguiente historia:
A eso de las 3 de la mañana, Andrea sintió que mis abrazos se tornaban un tanto más cariñosos que de costumbre. Ella, que tiene un dormir tan pesado que se confunde con catatonia, no logró distinguir si se trataba de un sueño y siguió durmiendo, así de campante.
Luego, al constatar que mis avances eran tan reales como subidos de tono, pensó: "Si pasa, que pase". Lo que siguió no podría contarlo por mi conocido pudor, pero creo que una imagen vale más que mil palabras:
Por si dudan, yo soy el de abajo
Al acabar, me dirigí al mingitorio y, según afirman los testigos, mantuve una agradable charla con Mau, el gato. Si leyeron con atención, sabrán que solo entonces me desperté.
No se burlen de mí. El sexomnio es algo grave. Sobre todo cuando no recuerdo una sesión de "actividades de abejas". Queda de más decir que desde aquella vez evito ir a dormir a casa ajenas.
5 comentarios:
a algunos pasamos eso... me divertí loco!!!
estuvo full entretenida la lectura... me gusto : )
Gracias por los comentarios! La próxima semana se viene otro post, así que atentos!
Nosotros podemos pecar de débiles. El tigre, en cambio, el que todos llevamos adentro en algún lugar, ése nunca duerme. Qué momento!
Hay que comprar un gran zoquete para la próxima parrillada!
Publicar un comentario